Obra 1980 - Ahora
rosemberg sandoval  


Prólogo


Extensión (1980-1981)
10 de marzo de 1982
12 de marzo de 1982
Acciones individuales (1983)
Síntoma (1984)
Objeto de cura (1984)
Caquetá (1984)
Cauca (1984-1985)
Bolivar Ahora (1985)
Objeto de Ofensiva (1984-1985)
Children´s room (1985-1986)
Diana (1985-1986)
A manera de emergencia (1985)

Acciones Políticas - 1987-2007
Registro 21 performances.
26 Min.


Puñal (1987-1988)
Alcalde popular (1991)
Caribe (1989-1992)
Yagé (1992)
Arru-rrú (1991-1995)
Sueño plata (1995-1996)
Mami, tengo miedo (1996)
Villa pum-pum (1997)
Baby Street (1998-1999)
Mugre (1999-2004)
Dibujo Sucio (1999-2003)
Morgue (1999)
Ana María (1984-2002)
Bebé (2000)
Puñal, pañal (1996-2000)
Dibujos privados (1995-2001)
Rose-Rose (2001-2004)
EU-ropa (1999-2000)
Pintura robada (1997-2003)
Mugre UN (2003)
Proyecto de Vivienda Casita de Arroz (2004)
Banderas sucias (2004-2014)
Arrozudo (2005-2006)
Jamundí (2007)
Metate (2007)
Emberá - Chamí (2008)
Silvia - El Niño de la Casa (2011-2012)
Patria (2012)
El Tablón en Rojo 2 (2011-2012)
Inhumano (2008)
Pijao (2013)
Dibujo Textual (2013)
Chinchorro (2013)
Venus Escolar (Múltiple) (2012-2014)
Mapas Rotos (2011-2014)
Sudor Pantalón (2013-2014)
Curaca (2014)



Todos los Derechos Reservados.
© rosemberg sandoval. 2014.


Rosemberg Sandoval sigue con el puñal en su mano.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos: Hroy Chávez
Revista Gaceta - El País - Cali

Rosemberg Sandoval

Es uno de los artistas performances más reconocidos del país y el continente. Desde 1981 expone en los grandes museos del mundo y colecciones de arte como la de Daros, en Zurich - Suiza- y Prometeo, de Italia, tienen obras suyas. Encuentro cercano.

I

Se llamaba Oswaldo Narváez. Era indigente. Vivía, en 1999, entre las cavernas que encontraba debajo del asfalto a lo largo del río Cali. Comía lo que encontraba en la basura, y a deshoras. A lo mejor eso fue lo que lo mató. Una ulcera, se supone, porque un mes antes de morir decía que le ardía el estómago. Y claro, vivía sucio y oliendo a demonio, a ese olor que deja un carro de basura segundos después de pasar por una calle.

Rosemberg Sandoval lo visitó en sus escondites tres meses antes de su muerte, que se dio cuando rondaba los 27 años. Le llevaba pan, café, frutas. Tenía un interés en hacerse amigo de él, que era una fiera con los desconocidos. Pero Oswaldo Narváez, en los ojos de Rosemberg, más que un indigente de genio explosivo era una obra de arte viviente por conocer.
En ese mismo año, 1999, en Cali se realizaba el III Festival de Performance. Y Rosemberg Sandoval, que estaba entre los artistas invitados, quería, como debe ser un performance, pegarle una cachetada moral al público que lo viera.

Entonces pensaba en un viejo proyecto que conservaba en las páginas de su libreta de apuntes. En 1980 tenía en mente arrastrar el cadáver de un preso político sobre la Plaza de Bolívar de Bogotá. La idea era que la plaza y el asfalto se fueran ‘devorando’ al cadáver a medida que lo iba arrastrando. Por razones de seguridad no lo pudo hacer y el proyecto se quedó escrito en su libreta.

Pero con Oswaldo apareció de nuevo esa idea detonadora, fulminante, para pegar una buena cachetada moral que calara el alma de los espectadores que asistieran al Festival. La mugre y el olor de Oswaldo eran perfectos para su acción. Por eso quería hacerse amigo de él, conocerlo. Y Oswaldo aceptó ser el protagonista de la obra, después de tomar mucho café gratis y comer mucho pan, también gratis. Hasta que llegó el gran día.

Rosemberg se apareció en la caverna de Oswaldo. Le dijo que se alistara, empezaba el performance.

-Pero yo no me voy a presentar así, porque me da pena. Me quiero cambiar de ropa, le dijo.
-¿Cómo te vas a cambiar si así estás perfecto? Me interesa como estás vestido, contrapunteó Rosemberg.

Oswaldo no le respondió y se subió de inmediato a un árbol con la habilidad de un chimpancé. En la copa del árbol sacó una bolsa de ropa y se cambió. Era una camiseta roja y un jean, ambas prendas más sucias aún a las que llevaba puestas. Rosemberg sonrío satisfecho. Todo estaba perfecto.

En ese mismo momento empezó la obra de arte. Rosemberg cargó sobre su hombro a Narváez, para llevarlo al sitio donde estaba el público, un salón del Museo La Tertulia. Oswaldo tomó la dimensión casi que de un ángel, jamás tocó el piso con sus pies.

Entran y Rosemberg ve de frente una pared blanca. Se dirige a ella con decisión. Con fuerza toma el cuerpo de Oswaldo y lo utiliza en la pared como una brocha, como un pincel, un carboncillo, y empieza a pintar una especie de esfumato, esa técnica creada por Da Vinci que consiste en distribuir sombras tenues en una pintura para darle un aspecto de difuminado. Y eso se veía en la pared. El cuerpo de Oswaldo se estregaba sobre ella y fue dejando su mugre. Su danza sobre la pared iba de más mugre a menos mugre. La suciedad quedó en la pared, y el blanco de la misma quedó en el cuerpo de Oswaldo.

Luego, Rosemberg puso al hombre sobre una base blanca de madera, de espaldas, y comenzó a frotarlo. Ambos estaban sudados. De sus cuerpos se suelta entonces un pigmento, más mugre, hasta que la ropa de Oswaldo se desgasta, se rompe. Termina el performance y el público es abofeteado, golpeado. Más que una cachetada, fue un ‘uppercut’ pleno en el rostro, al mejor estilo bestial de Mike Tyson. Ese público sintió miedo, incomodidad, ganas de salir corriendo. Entonces, el performance, titulado Mugre, fue eficaz, heroico.

Rosemberg escribió: "Mugre de otro universo, de otro mundo, es lo que documenta mi manera enferma de dibujar sobre las paredes y el suelo impecable del Museo La Tertulia, con un miserable recogido en la calle, utilizado como instrumento y esencia, anudando una conexión arte– mugre-vida y permitiéndome construirle un vaporoso mapa de mugre y dolor, una posible resignificación del cuerpo".

La acción fue grabada. Y el video fue comprado por la Colección Daros de Zurich. Según la revista mexicana 'Generación', ese performance está catalogado entre los mejores 15 de la segunda mitad del Siglo XX, junto a acciones de artistas como Beuys, Manzoni, Klein y Acconci.

II

Voy camino a mi encuentro con Rosemberg Sandoval. Mientras llego al barrio Terranova, en Jamundí, donde vive, repaso su hoja de vida.

Nació un primero de enero de 1959 en Cartago, Valle. Eso quiere decir que ya anda por los 50 años y que cumple aniversarios el mismo día de la Revolución Cubana. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cali y en la Universidad del Valle. Ahora es docente de esa Universidad, en el Departamento de artes visuales de la facultad de Artes Integradas.

Lleva casi 30 años de carrera artística. Desde 1981 expone en los grandes museos del mundo. Ha expuesto en México, Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador, España, Suiza, Italia, República Checa, Inglaterra y Colombia.

Colecciones de arte tan importantes como la de Daros, de Zurich –Suiza-, Prometeo, de Italia y la galería Casas Riegner de Bogotá tienen obras suyas.

Leo en un catálogo sobre sus acciones, sobre sus performances. De inmediato pienso que me voy a ver con un artista rebelde, de los que no caben en ninguna parte, en ningún molde o sistema.
También pienso que debe tener algo de loco, de santo y de suicida. Algo no. Él tiene mucho de eso. Cuando lo mire de frente afirmaré más esa idea.

Tiene la mirada de los que viven en los monasterios. Pero ahí, en su locura, está su arte. Y su éxito. Y su reconocimiento.

Primero, hay que tener algo de descompesado para hacer performances. Algo de loco para que en 1983, por ejemplo, haya realizado 16 performances hechos con cabellos de cadáver humano sobre las paredes y el piso del Museo de Arte Moderno de Cartagena durante la exhibición 'El cuerpo como lenguaje'.

Algo de loco para que en el año 2000 haya presentado un performance titulado Bebé. Era un dibujo hecho con vellos púbicos y axilares sobre un papel carta. Esta acción hecha en privado la presentó en el Museo La Tertulia y en el Museo Exteresa Arte Actual de México, en el D.F.

Mucho de suicida para que en 1992 preparara una acción a la que bautizó Yagé. Hizo dos versiones. En la primera se auto flageló con un vidrio cerca del estómago mientras leía un texto de Cortázar y al mismo tiempo recogía su sangre con la otra mano para después tomársela.
En la segunda versión se repite la escena, sólo que se auto flagela con un crucifijo al que le ensambla un bisturí. Ese performance se vio en Bogotá, en Cali y en México.

Y hay más por el estilo. La acción llamada Rose–Rose que creó en el 2001. Aparecía vestido de blanco sentado en un metate, ese utensilio que se emplea para moler maíz, descalzo y con un ramo de rosas espinosas en su mano que apretaba tan brutalmente hasta sangrar. Las rosas se volvían sangre, la sangre rosas y en el ambiente flotaba el olor mágico de los pétalos. "Esta des–escenificación es una acción moral superior y está dedicada a todos aquellos a quienes el dolor y la barbarie pudieron más que el tiempo", sentenció.La acción se vio en Italia, en Suiza, en México, en Cali y en Bogotá.

En fin, cierro su catálogo, que describe 31 acciones suyas realizadas por el mundo en los últimos 29 años. Hay muchas acciones desquiciadas. Otras parecen tiernas.

Pienso ahora que alguien tan reconocido y controvertido en el mundo del arte y que tenga un lugar de privilegio en la galería Casas-Riegner de Bogotá para exponer sus dibujos debe ser adinerado, con una casa llena de pinturas clásicas por todas partes. Era la casa que me esperaba encontrar. Pero no. Rosemberg Sandoval es un artista sin dinero. Vive con lo justo. "Soy un artista montañero y pobre, de padres campesinos desplazados; soy el menor de 14 hermanos. Hacer arte ha sido para mí un desafío contra todo. Contra el dinero, contra el gusto, contra el mito del arte, contra los viajes obligatorios a Norteamérica y Europa, contra la historia rosa del arte y contra el Estado", escribió.

Y más adelante agregaba: "Vivir de lo que produzco ha sido un problema agudo, pues vender o dejar en consignación en una galería de arte un grabado impreso sobre la piel de cadáver de un niño, conservado en un frasco con formol sostenido de una astilla de vidrio, es una utopía de adquisición para un coleccionista normal, hace 29 años y ahora. El grabado era una tiernísima y cartográfica ciudad en forma de Snoopy…"

Sí. Es que, ¿cómo diablos se vende un performance? Además, me dijo, si llegara a vender uno de sus dibujos, las galerías colombianas se quedan con el 50% del dinero.
En la entrevista me confesaría que uno de sus sueños es vivir económicamente mejor, pero no le pone mucho drama al asunto. ¡Mi único delito es hacer arte desde la marginalidad y con la marginalidad!, grita.

Al fin y al cabo la plata pasa a un segundo plano cuando una persona hace lo quiere con su destino, pone a correr su proyecto de vida. Y él hace lo que quiere, es un artista que jamás pasa indiferente ante ningún público. Lo pueden amar u odiar. Pero jamás ignorar.

Ahora me saluda parado en el marco de la puerta de su casa, con una bolsa de arepas en la mano para desayunar junto a lo que más ama, su compañera Paola Tafur.

III

Las paredes de la casa de Rosemberg Sandoval están sin pintar. Es una casa pequeña, estilo interés social. La cocina queda pegada a su taller. El almuerzo de este día de la entrevista va a ser frijoles. Están en la bolsa, junto a una olla, listos para remojar. Me fijo en su casa porque el contexto en el que vive un hombre de arte influye en su trabajo.

Entramos al taller. Conversamos de arte, de política, de ese matrimonio, de su historia. Inicio por mi curiosidad por los materiales que utiliza en sus obras. Rosemberg, ¿qué sentido tiene hacer obras con vísceras humanas, sangre, fango, muertos? Él explica y todo cobra un sentido.
"Siempre he trabajado con materiales que tengan una historia, una conexión entre sí y con uno mismo. La obra que uno genera es totalmente autobiográfica. He trabajado con vísceras humanas, sangre que me regalaban en la Cruz Roja en años en que no había Sida en Colombia, sudor, mugre, en fin, materiales donados. Hay que trabajar con lo que está al alcance de uno, para que la vida no se quede en deseos y uno pueda hacer el arte que quiere. Además, debe haber una proporcionalidad entre lo que uno hace y lo que uno vive".

Le pregunto por unos zapatos negros que están pegados sobre una tabla colgada sobre una pared. ¿Qué es eso? Se ríe. Es una obra ya de hace tiempo. Un homenaje a Armando Sandoval, un sobrino suyo que se suicidó. Armando vivía cerca del barrio Villa Colombia, donde andar con zapatos de marca lo convertía en objetivo militar de los ladrones. Entonces Rosemberg y su sobrino se idearon un dispositivo anti atraco. Como calzaban lo mismo, salían a la calle el uno con un zapato del otro. En el pie izquierdo un tenis Puma. En el derecho, uno Nike. Así para qué los robaban. Y los zapatos colgados en la pared son esos que se trocaban para salir a la calle. Un homenaje a su sobrino, toda obra viene de la historia de vida del artista.

Hablamos de los performances. "Primero, para hacer un performance no se puede ser tímido y se debe estar demasiado convencido, si no es así es mejor ser pintorcillo, porque no hay dónde esconderse. Y no sabría decirte cómo nace un performance. Hay ocasiones que vas caminando y de pronto aparece un detonador, una idea clara que de inmediato debes apuntar en una libreta. Pero hay también ideas que son más luchadas. Un performance es tiempo, espacio y realidad y está lleno de circunstancias que da el lugar, alguien del público, en fin. Es una construcción coherente, eficaz, iluminada y efímera. Lo más difícil es lograr el sentimiento que se pretende con la acción en el público. Y sí, hay gente que te ataca, que se siente agredida por la acción, pero no pasa a mayores".

Ha tenido varios maestros, como el difunto Carlos Correa, "un señor clásico que me dio una muy buena base académica. Excelentes bases en pintura, en dibujo, te enseñaba a fabricar un pincel, el oleo. Su clase era un laboratorio, una cocina, una maravilla. Con él aprendí a contemplar el mundo escaneándolo desde el subdesarrollo".

Y en el mundo tiene varios referentes. El pintor y escultor italo-argentino Lucio Fontana. O el francés Marcel Duchamp, con quien tuvo el honor de exponer en España. O Gordon Matta Clark, hijo del surrealista chileno Roberto Sebastián Matta, "que andaba siempre con una motosierra y con permisos para dibujar obras de arte con ella en las paredes de edificios que estaban a punto de derrumbarse. Fue un artista que logró representar el miedo como sensación real en el arte. Con la motosierra el edificio rugía, pero no se caía".
En Colombia es admirador de Feliza Bursztyn, quien fue pionera en el país en hacer arte con materiales encontrados. También admira a Bernardo Salcedo, Carlos Rojas y al performer eterno: Antonio Caro.

Hablamos de arte. El arte, comenta, tiene que ver con la esencia y la verdad, y la verdad tiene que ver con la purga de lo inhumano, porque en una sociedad tan cruel como la nuestra, la función de los artistas es transgredir códigos e imantar el mundo. ¡Empuñemos nuestras almas!, vocifera. Quizá por esa premisa es que pinta tomando sus lápices como si fueran un puñal. También asegura que el arte es la historia del gusto rosa.

Un verdadero artista, agregó, es aquel que tiene contenido en su obra, es eficaz con la misma y siempre se reconstruye y se arriesga.

Dice que la política es toda reflexión que hacemos los humanos, no los alcaldes o los congresistas. "La política es una actitud con la vida, con el arte", piensa. No es extraño entonces que a finales de los 70 y siendo estudiante aún, haya formado un grupo insurgente pero al estilo Robin Hood. El grupo se llamaba 'Acciones suicidas para el arte'. Se robaban algún mercado de una tienda para dárselo a alguien con hambre, por ejemplo.

Dijo que en Colombia, el problema más grave que existe es que el país, en su gran mayoría, vive en cautiverio. No en el monte, no. Está secuestrado en el sentido de que hay demasiada gente que no puede ejecutar su proyecto de vida ¡y eso es triste, una miseria! El que pone un puesto de dulces porque eso es lo que quiere en la vida, está bien. Pero el que lo ponga porque no tiene otro camino, es un ser que engendra el odio. Y ahí aparece y se alimenta parte de la violencia en la que vivimos.

Cae la mañana y hablamos de sus proyectos. Ahora está exhibiendo sus dibujos en la galería Casas-Riegner de Bogotá. El 4 de junio expondrá Acciones Políticas en el Museo de Arte Moderno de Barranquilla. En octubre viajará a Río de Janeiro, porque la Casa Daros inaugurará un museo y expondrá la colección ‘Cantos/cuentos colombianos’, la mejor exhibición de arte colombiano contemporáneo que se ha hecho hasta hoy. Cuenta con obras de Doris Salcedo, Óscar Muñoz, Miguel Rojas, María Fernanda Cardozo, Fernando Arias, Juan Manuel Echavarría, Oswaldo Macía, José Alejandro Restrepo, Nadine Ospina y Rosemberg Sandoval.


IV

Cuando camino hacia la puerta de su casa, para partir, Rosemberg me detiene. Dice que no hablamos de su más reciente obra, Emberá Chamí, que expuso en el Museo Arqueológico La Merced en el marco del 41 Salón Nacional de Artistas.

Yo había oído hablar sobre la obra. Se trata de un par de botas pantaneras atravesadas por astillas de hueso humano que había conseguido en la morgue, en cementerios, huesos de personas N.N. Las botas representan el uniforme de la violencia y la descomposición en Colombia. Son las mismas botas que utiliza la guerrilla, los paramilitares, los indígenas desplazados. Es un homenaje a las víctimas de la violencia en el país, un comentario social sobre esa gente N.N. que pasa en el mundo inadvertida, como el aire.

La fotógrafa Mónika Herrán me había dicho que la había impactado, que esas botas expuestas sobre una iluminación tenue le habían puesto la piel de gallina.

Desprevenido, me acerco a la obra, cubierta en plástico negro. Rosemberg levanta el plástico y veo las botas de frente. Siento que son botas vivas, que esos huesos gritan y que es una obra que tiene espíritu, carácter, vigor. Entonces, doy un paso atrás. Pienso que me están dando un golpe certero. De inmediato busco la puerta de la casa y salgo.

 

 

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